Cuando sus padres unieron sus propios nombres para formar el de ella estaban, sin saberlo, marcando el carácter y la personalidad de una persona que dejaría una huella en todos los que la conocieron y, más aún, en quienes pudimos disfrutar de su amistad, de su confianza y de sus enseñanzas. Bastó que una monja de su escuela le dijera que la ingeniería no era para las mujeres, para que ella reforzara su vocación y terminara siendo la única mujer de su promoción de ingenieros químicos en la Universidad de Puerto Rico.

Y fue en Puerto Rico, su querido país, donde conoció a Waldy, su amado esposo y compañero, y donde crió a su hermosa familia. Pero su pasión por la educación en ingeniería la llevó por todos los rincones del planeta. Su nombre es conocido y reconocido sin límites de fronteras, desde Argentina hasta Canadá, desde Corea hasta la India, desde España hasta Rusia; no ha quedado rincón del mundo que no haya recibido sus sabias lecciones, que no haya sido motivado por su ejemplo de vida.

No es necesario hacer aquí un relato de sus antecedentes profesionales, ha alcanzado tantas posiciones y honores que no alcanzarían varias páginas para listarlos. Pero el logro más importante de su larga y fecunda trayectoria, es el incontable número de personas en todo el mundo para las cuales ha sido, y seguirá siendo, inspiración y motivación. Inspiración para tratar de concretar lo que soñamos y motivación para mejorar lo que hacemos.

Su carácter y personalidad, y más que nada su fe, le permitieron enfrentar satisfactoriamente no pocos desafíos, siempre con coraje y entereza. Y así fue hasta su último suspiro. Ella eligió su forma de vida y también cómo enfrentar la enfermedad que se la llevó de este mundo terrenal. Suele decirse que cuando uno aprende a morir, aprende a vivir. Lueny, con su actitud y coraje, no sólo confirmó que aprendió a vivir, sino que nos sigue enseñando a quienes la queremos, la admiramos y no la olvidaremos.

¡¡Que en paz descanses, querida Lueny!!